martes, 5 de julio de 2016

El nacimiento de la oligarquía cafetalera


Una pequeña porción de la población se enriqueció como nunca antes lo pudo haber imaginado. Este grupo estaba compuesto por los principales inversionistas y comerciantes, especialmente los que participaron en la expansión de los productos de exportación principales, como el café y el azúcar. Familias como los Álvarez, Araujo, Dueñas, Duke, Gallardo, Regalado, Guirola, Meardi, entre otras, formaban esta elite.1
¿De dónde provenía el pequeño grupo que logró, gracias a la caficultura, amasar importantes fortunas? Una buena parte descendía de hacendados y comerciantes que habían acumulado capitales y otros recursos mediante la producción añilera. Además, la expansión cafetalera atrajo a un pequeño grupo de inmigrantes europeos que, buscando acrecentar sus fortunas, vinieron a invertir sus capitales en la producción, el financiamiento y la exportación del café. Rápidamente, estos inmigrantes fueron asimilados por el sector más acaudalado
de la población. Estos llegaron a ser partícipes del poder que para entonces disfrutaban los salvadoreños más ricos, a través de alianzas matrimoniales, de relaciones de negocios y de la activa participación en la política del país.

Por otra parte, un pequeño grupo de la llamada clase dominante (el grupo más rico y poderoso de la sociedad) provino de las filas del campesinado. Gracias al esfuerzo, sacrificio y a menudo la explotación de los recursos de sus propias comunidades campesinas, algunas familias campesinas a través de los años fueron enriqueciéndose hasta convertirse en terratenientes acomodados, o sea, propietarias de fincas y otras actividades comerciales mayores que las del campesinado ordinario. Sin embargo, estos casos fueron excepcionales y, hasta donde hoy día se sabe, los campesinos enriquecidos integraron los estratos más bajos del grupo dominante. Por lo tanto, este sector social dominante no fue homogéneo, sino que había diferencias con respecto al grado de acumulación de riquezas y también, como se analizará más adelante, en el grado de influencia sobre la política económica del Estado.
La rápida expansión cafetalera en las últimas décadas del siglo XIX coincidió con el fin de las devastadoras guerras centroamericanas en las que cada facción de la elite salvadoreña participó, tratando de imponer sus intereses particulares. Hacia 1870, las confrontaciones bélicas cesaron por varios años y se aceleró la siembra de café en gran escala. Se estaban dando las condiciones para que el grupo más poderoso de la sociedad impusiera al resto de la sociedad un nuevo proyecto de desarrollo.
Estarían en manos de la clase dominante aquellas actividades económicas ligadas a la caficultura, tales como las grandes fincas cafetaleras y los beneficios para procesar el grano. Asimismo, se harían cargo en algunos casos de la exportación del café. Pero lo que mayores ventajas les reportaba era el financiamiento de la actividad económica: el dinero que se prestaba al productor pequeño o mediano producía ganancias considerables. En las últimas décadas del siglo XIX, el productor, para conseguir financiamiento, debía comprometerse a entregar su cosecha a quien le prestaba el dinero para producir, esto es, en lugar de cancelar su deuda en dinero, la pagaba en café, cuyo precio era determinado unilateralmente por el pequeño grupo financiero que controlaba los préstamos. Casi siempre se pagaba el café entregado por el productor a un precio bastante inferior al del mercado internacional.
Si el productor acumulaba deudas que no podía pagar, el acreedor se posesionaba de sus tierras o las vendía para recobrar su inversión, de tal forma que la incapacidad de pago por parte de los productores fue uno de los mecanismos que permitió al grupo dominante acumular mayores extensiones de tierra. Los productores más débiles (los más pequeños) eran los que con mayor frecuencia se veían obligados a entregar sus tierras al financista o bien venderlas para saldar la deuda.
También los terratenientes, que dependían de los préstamos para producir, debieron compartir sus ganancias con los financistas. Precisamente fue el asunto del financiamiento la causa de mayores divisiones dentro del grupo dominante. Los gran
des productores pedían cambios en el sistema de financiamiento del café y hasta se aliaron con los productores medios y pequeños con el fin de adquirir más fuerza para enfrentar al sector más poderoso del grupo dominante. Durante varias décadas, los integrantes de esta alianza lucharon por la creación de un banco estatal que prestara dinero a una tasa de interés razonable y permitiera mayor flexibilidad en los pagos, especialmente en tiempos de crisis. No fue sino hasta el año de 1934 cuando los productores vieron culminada su lucha con la creación del Banco Hipotecario de El Salvador.
En lo que respecta al trato para los trabajadores agrícolas, todo el grupo dominante estaba de acuerdo. La política a seguir consistía en obligar a los jornaleros a rendir al máximo de sus posibilidades y pagar los más bajos salarios que fuese posible pagar. Por supuesto, los terratenientes no concebían la existencia de derechos laborales, tales como seguros por enfermedad o accidentes de trabajo, y descartaban toda iniciativa de los trabajadores para transformar las relaciones laborales. Estas relaciones de trabajo asalariado a menudo resultaban en conflictos, ya fueran individuales o colectivos. En los diarios de la época, con cierta frecuencia se registraban casos de hacendados, administradores y capataces que, misteriosamente, aparecían asesinados en los solitarios caminos. También, los juicios criminales de entonces permiten apreciar la violencia que caracterizaba las relaciones cotidianas entre los peones y los altos empleados de las fincas y haciendas.

Antiguo edificio del Banco Hipotecario de El Salvador. La escritura de constitución de este banco se firmó en enero de 1935. Su capital social fue integrado por el aporte de la Asociación Cafetalera de El Salvador, la Asociación de Ganaderos de El Salvador y accionistas particulares.
Los propietarios e inversionistas más ricos vivían en los centros urbanos, donde llevaban una vida de ostentación, requisito imprescindible para ser aceptado socialmente como miembro del grupo dominante. Construyeron majestuosas casas de habitación, teatros dignos de acoger a las mejores compañías de ópera y clubes que, además de centros de diversión, eran el espacio físico donde los “de apellido” se reunían a discutir acerca de cuestiones políticas e intelectuales. Culturalmente, se identificaban con el mundo europeo y por eso hacían grandes esfuerzos por copiar las formas de vida, de pensamiento y hasta las fugaces modas que en aquel momento prevalecían.
Trataron de imitar las costumbres y modas europeas, pues consideraban que la cultura popular tenía muy pocos valores dignos de ser imitados. Esto contribuyó a que ricos y pobres se sintiesen cada vez más distantes unos de los otros. Fundamentalmente, estas familias y sus allegados, muchos de ellos profesionales, fueron los que formaron las redes de sociabilidad moderna de corte urbana con la creación de clubes literarios, logias francmasónicas, publicación de revistas y periódicos, tertulias, etcétera.

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